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Los libertarios de Milei y su permanente tentación de subastar la soberanía

En el streaming oficialista Neura, un militante libertario propuso vender las Malvinas y la Patagonia “si es negocio”, desnudando una pulsión mercantilista que, aunque luego se maquille, recorre a grandes sectores del oficialismo.

15 de diciembre de 2025 15:43

Ante un planteado hipotético de Fantino, Ozzy Lezcano no titubeó: vendería las Islas Malvinas al gobierno británico "si es negocio".

La máscara cayó con un estrépito vulgar en el living oficialista. En Multiverso Fantino, por Neura Media, el militante libertario Ozzy Lescano, La máscara cayó con un estrépito vulgar en el living oficialista. En Multiverso Fantino, por Neura Media, el militante libertario Ozzy Lescano, ante un hipotético planteado por el conductor, no titubeó: vendería las Islas Malvinas al gobierno británico "si es negocio".

Su argumento, una fría equiparación con transacciones históricas como la de Alaska en EE.UU., evidenció una cosmovisión donde la tierra soberana es un commodity y la bandera, un impedimento contable.

Ante la lógica repulsión general, incluso del propio Fantino quien intentó frenarlo con un "pensá, Ozzy, pensá", el energúmeno redobló. Al día siguiente, buscando una retirada imposible, amplió el catálogo: "Sea Malvinas o sea la Patagonia".

Allí, en la liviandad de un panel, quedó expuesta la peligrosa deriva de un sector ideológico que gobierna: la reducción de la nación a una feria de lotes, donde hasta el dolor de la guerra y la sangre de los caídos tienen un precio de liquidación.

Este episodio bochornoso, aunque rápidamente desvinculado con la clásica hipocresía de quien dice lo que piensa y luego pide que no se le preste atención, actúa como un síntoma revelador. Ilumina una corriente de pensamiento que, aunque marginal en su expresión más cruda, ha tenido ecos en figuras públicas a lo largo de los años, siempre generando un repudio importante, aunque no unánime, lamentablemente.

 

No es un hecho aislado: a lo largo de décadas elites empresariales y periodísticas flirtearon con la traición pragmática.

 

El expresidente Carlos Menem, en su ocaso, habló de un "modelo Hong Kong" con administración británica por décadas. El periodista Jorge Lanata sentenció, en 2012, que "las Malvinas no son argentinas" y que debíamos negociar por regalías. Economistas como Ricardo López Murphy han insinuado la necesidad de un "replanteo creativo" del reclamo, mientras que voces como las del también periodista Marcelo Longobardi han propuesto abiertamente un "plan B" que canjee soberanía por beneficios económicos. En ámbitos académicos liberales más duros, incluso se ha esbozado la idea de la venta directa del archipiélago como liberación de lo que definen como “un lastre”.

La respuesta social a todas estas provocaciones, incluida la última de este militante de La Libertad Avanza, no es tan contundente como sería esperable. Veteranos, organismos de derechos humanos, la oposición política en casi su totalidad y la ciudadanía en general repudian de plano cualquier ridículo atisbo de mercantilización de la causa nacional. Este consenso, sin embargo, no parece disuadir a quienes, desde la comodidad de un estudio o la soberbia de una teoría económica desarraigada, continúan lanzando globos de ensayo, que luego militantes y votantes de dudosa capacidad de razonamiento repiten como loros.

El gobierno de Javier Milei ahora carga con la responsabilidad de aclarar si estas ideas, ventiladas en un canal de streaming de su propio riñón, son solo el delirio de un panelista o representan, la tentación silenciosa de una gestión que mide el valor de todo, incluso de la Patria, en dólares contantes y sonantes. La historia, que ya juzgó a los traidores, está siempre atenta.

Su argumento, una fría equiparación con transacciones históricas como la de Alaska en EE.UU., evidenció una cosmovisión donde la tierra soberana es un commodity y la bandera, un impedimento contable.

Ante la lógica repulsión general, incluso del propio Fantino quien intentó frenarlo con un "pensá, Ozzy, pensá", el energúmeno redobló. Al día siguiente, buscando una retirada imposible, amplió el catálogo: "Sea Malvinas o sea la Patagonia".

Allí, en la liviandad de un panel, quedó expuesta la peligrosa deriva de un sector ideológico que gobierna: la reducción de la nación a una feria de lotes, donde hasta el dolor de la guerra y la sangre de los caídos tienen un precio de liquidación.

Este episodio bochornoso, aunque rápidamente desvinculado con la clásica hipocresía de quien dice lo que piensa y luego pide que no se le preste atención, actúa como un síntoma revelador. Ilumina una corriente de pensamiento que, aunque marginal en su expresión más cruda, ha tenido ecos en figuras públicas a lo largo de los años, siempre generando un repudio importante, aunque no unánime, lamentablemente.

 

No es un hecho aislado: a lo largo de décadas elites empresariales y periodísticas flirtearon con la traición pragmática.

 

El expresidente Carlos Menem, en su ocaso, habló de un "modelo Hong Kong" con administración británica por décadas. El periodista Jorge Lanata sentenció, en 2012, que "las Malvinas no son argentinas" y que debíamos negociar por regalías. Economistas como Ricardo López Murphy han insinuado la necesidad de un "replanteo creativo" del reclamo, mientras que voces como las del también periodista Marcelo Longobardi han propuesto abiertamente un "plan B" que canjee soberanía por beneficios económicos. En ámbitos académicos liberales más duros, incluso se ha esbozado la idea de la venta directa del archipiélago como liberación de lo que definen como “un lastre”.

La respuesta social a todas estas provocaciones, incluida la última de este militante de La Libertad Avanza, no es tan contundente como sería esperable. Veteranos, organismos de derechos humanos, la oposición política en casi su totalidad y la ciudadanía en general repudian de plano cualquier ridículo atisbo de mercantilización de la causa nacional. Este consenso, sin embargo, no parece disuadir a quienes, desde la comodidad de un estudio o la soberbia de una teoría económica desarraigada, continúan lanzando globos de ensayo, que luego militantes y votantes de dudosa capacidad de razonamiento repiten como loros.

El gobierno de Javier Milei ahora carga con la responsabilidad de aclarar si estas ideas, ventiladas en un canal de streaming de su propio riñón, son solo el delirio de un panelista o representan, la tentación silenciosa de una gestión que mide el valor de todo, incluso de la Patria, en dólares contantes y sonantes. La historia, que ya juzgó a los traidores, está siempre atenta.

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