La Cancillería argentina no tiene vergüenza. Este lunes, con hipócrita pomposidad, emitió un comunicado celebrando la devolución del archipiélago de Chagos a Mauricio, como si Argentina tuviera autoridad moral para aplaudir descolonizaciones mientras traiciona su propia causa en Malvinas.
El contraste es obsceno: Mauricio, un pequeño país africano, logró lo que Argentina nunca pudo; doblegar al Reino Unido con firmeza diplomática, mientras el gobierno de Javier Milei se desvive por halagar a los británicos, bendecir sus inversiones y hasta defender la "libre determinación" de los kelpers. Ese eufemismo colonialista que ni siquiera Margaret Thatcher habría osado exigir en voz tan alta.
Mauricio peleó durante décadas con coherencia, sin claudicar, sin sonreírle al invasor. Argentina, en cambio, lleva años haciendo el ridículo: del tibio "acercamiento" de Macri al discurso grandilocuente pero estéril del kirchnerismo albertista, y ahora al servilismo descarado de Milei, quien no solo admira a la Dama de Hierro sino que parece empeñado en regalarle las Malvinas en bandeja.
¿Negociaciones? Un chiste. Mientras el Reino Unido militariza el Atlántico Sur y explota recursos ilegítimos, Argentina se limita a emitir comunicados timoratos y a repetir consignas vacías sobre "diálogo".
Peor aún: hasta en la redacción se nota la sumisión. La Cancillería habla de "espacios marítimos circundantes" en lugar de "correspondientes", un guiño grosero a la narrativa británica. ¿Acaso no saben que "circundante" es el lenguaje del usurpador, el que busca discutir solo el agua que rodea las islas y no su pertenencia histórica, geográfica y geológica? Parece que no. O quizás sí, y les conviene.
El acuerdo por Chagos debería avergonzar a Argentina. Demuestra que, con voluntad política, hasta una isla minúscula puede vencer al colonialismo. Pero aquí no hay voluntad, solo cobardía disfrazada de pragmatismo. Milei prefiere mendigar inversiones británicas que defender la soberanía. La Cancillería prefiere redactar frases hechas en lugar de exigir derechos. Y mientras tanto, Londres sigue sonriendo, en la seguridad de que Argentina jamás será lo que es Mauricio: un país con gobiernos que opten por la dignidad.